jueves, 11 de marzo de 2010

REENCUENTRO

     Era otoño y los jardines reflejaban luces tostadas sobre la hierba seca. Los árboles parecían doncellas desnudas intentando cubrir sus cuerpos con ramas imprecisas como en un ballet inarmónico.
     De algún lugar me llegaba un ladrido pobre, monótono, de queja y hambre. El viento suave arremolinaba hojarascas uniformes sobre el camino de ladrillos y piedras.
     Mis pasos eran lentos. Quería andarlos descubriendo misterios en la casa aquella que se erigía plena entre moras y nogales longevos.
     Recordé a mis abuelos. Los vi en mecedoras blancas bajo la galería iluminada por el sol de la tarde,  compartiendo juntos  la merienda austera  de pan casero y mermelada de frambuesas.
     Una ventana ansiosa, que siempre dio trabajo cerrar, se sacudía repetidamente con vestigios de cortina póstuma y música lastimera de agotada bisagra.
     Muchos años pasaron. Mucha pausa. Mucha distancia de besos entre la niñez y el tiempo que dicta partidas, ausencias.
     Mi mano tocó suave la puerta entreabierta y, tímidamente, me flanqueó el paso. Prudente, pude traspasarla sin remover la telaraña que, como un abanico inmaculado, se aferraba al marco y al dintel roídos.
     Me instalé sereno en aquel cobijo puro. Una mesa de alabastro y madera presidía la sala por donde pasó la vida, en donde la abuela de ajustado rodete, tejía y bordaba con sus aros de madera clara, manteles de familia y batitas infantiles. Todavía las cosas allí, desprendían perfumes que me olían a nostalgia.
     Recorrí la casa. Visité rincones. Tropecé como siempre de niño con la misma alfombra gris del oscuro pasillo. Vi el cuarto aquel en donde me dormía con un cuento y me despertaba con mis oscuros miedos.
     De pronto, por aquella ventana que aún rechinaba, una brisa se asomó inesperada. Con ella, una procesión de sensaciones se adueñó de mi espalda. Una cálida caricia me cubrió la piel poro por poro. Un recuerdo de pruritos inocentes calmados por la abuela, vino a mi memoria. Sentí sus manos, me aferré a sus brazos. Fue un instante. Pasó rápido, sucinto para mi goce adulto.
     Colmado, decidí entonces dejar la casa. Quedarme con esos gestos que vine a buscar. Guardarme el momento sin decir palabra. Adormecerme embriagado sobre aquellas mieles y ternezas, ricas en esencias sutiles.
     Al salir, volví a ver aquellos árboles que ahora, mágicamente, me regalaban follajes nuevos sublevándose al otoño. Observé la ventana vacilante ahora cerrada. Advertí que la telaraña de la puerta se había desprendido pendiendo precariamente de un hilo de seda y, sobre el viejo felpudo de yute, una peineta blanca de nácar, se mecía en silencio.

rescaglione@arnet.com.ar

3 comentarios:

  1. ¿Le puedo decir que llore?
    He vuelto a ver a mis abuelos.
    Hermoso!!!
    Es un gusto poder leer sus miradas.

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  2. ANDUVE POR ESA CASA. LA VI TAL CUAL LA HA PINTADO. SU RELATO ME HA LLEVADO HASTA ESE LUGAR Y ME HA EMOCIONADO.
    MUCHAS GRACIAS

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  3. Jorge Carlos Andradajueves, 21 febrero, 2013

    Ricardo. Soy un pibe de 60 años que comparte este recierdo. Mis abuelos vivían en el campo y era mi alegría visitarlos. La antigua casa no está más y me duele mucho no verla.Se fue con esos recuerdo que hoy usted me trajo. A ella la tapó la soja y a la suya todo el amor por ellos.
    Si me permite lo he de tutear. !!Cheeee que bueno!!!!

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