martes, 30 de marzo de 2010

EL MUNDO DE LOS RECUERDOS


     Cuando te sientes en algún lugar de tu memoria, ponte cómodo contigo. Toma distancia de las cosas cercanas. Reposa tu pensamiento y, sin cerrar los ojos, observa.  Busca en ese sol que te persigue, el rayo de luz que te haga ver aquellas cosas que aguardan pacientes sobre el umbral de tu historia.
     No dejes que un llamado te distraiga. No permitas que una mariposa en vuelo extenuado comprometa tu vuelo. Aférrate a aquella propiedad adquirida en duras horas de vida y de ayeres. No dejes que nada quede fuera de tu repaso y recurre sorbo a sorbo, a ese café suave que se esmera en aromas bajo su cabellera  revuelta de humo claro.
     En ese estado de romance con el espíritu, busca lo tierno, lo fresco, lo inocente. Busca, entre tantas reflexiones sueltas, aquellos tiempos de niñez con figuritas y escondidas. Encuentra ese sueño constante que nos provocaban los amaneceres para ir a la escuela. ¿Te animas?  Busca entonces.  Mírate en los juegos, en las clases del primario. ¡Vamos, busca! Te invito a que lo hagas. Te invito a revivir.
     Será muy sano componer ese tiempo inolvidable.  Ejercer el derecho de emocionarnos en un reencuentro o en un abrazo que nos traslada hacia ese “todo tiempo pasado fue mejor”
     En mi caso, amigo,  me fui obligando a buscar minutos descansados y comencé a pensar en esas estaciones del alma en las cuales uno pocas veces se detiene. Rincones, lugares, espacios vencidos que ya no están
     Hazlo también tú y pregúntate por ejemplo,  si has podido visitar la escuela que nos enseñó  los primeros pasos de la vida. ¿Has vuelto a verla? ¿Que hiciste con ese orgullo de ser ex alumnos de la escuela N° 1?
     ¿Te acuerdas? Fuimos juntos desde el primer grado. ¿No te parece suficiente motivo el de manifestar esa alegría de haber pertenecido a ella? ¿Sabrá la gente de donde venimos? ¿Sabrá que venimos de aquella fuente de palotes, papel satinado y libros. De aquella de la composición tema: “La Vaca”
     Yo hermano, he de contarte que con una sonrisa precaria, decidí llegar hasta ella y me permití recrear esa vivencia pura,  sobre una audiencia comprometida con lo ocurrido. Sentimientos que no pretenden representar los tuyos. Son sólo miradas de ex alumno, de ex niño.  Sensaciones que rondan insondables lo extraño de caminar hoy por donde corrimos hace tanto tiempo.
     Porque comprenderás que, después de muchos años de pasar frente a ella mirándola de a poco,  redescubrí a nuestra escuela primaria  Melchor Echagüe.
     Observé calmo las ventanas distribuidas en forma ordenada, simétrica, que se asoman detrás de las rejas. Su arquitectura continuaba hablándome de otra época. De aquella en que el continente tenía alguna importancia en la educación.
     Desde la vereda adiviné nuestro último salón y me entusiasmé por verlo. Tuve esa oportunidad. Pude transponer el portal de hierro pesado que me anticipó una bienvenida sin preguntas, austera, que me derramó un torrente de momentos.
     La miré con el mismo asombro del primer día.  El patio me confirió un pasado de voces perpetuas volviendo a vibrar en mis oídos. Los muros laterales del corazón de sol estaban solemnes como siempre. Vi el mástil al que llegué alguna vez con una bandera reposada y las columnas de las galerías, nuevamente me invitaron a contarlas. Reparé en  las aulas de puertas vencidas. Eran una súplica a ingresar como en aquellas mañanas luminosas de invierno.
     Aquí se sentaba Fernando, allá Oscar, adelante Eduardo, María Rosa casi en el centro, Marisa junto a mí, Juanqui al fondo, José María debajo de la ventana., Raúl, Guillermo y Julio eran movedizos y siempre se cambiaban de lugar y, cerca de la puerta, vos entreteniéndote con el viento.   Así, poco a poco, mi cansada memoria fue dejando nombres en cada pupitre.
     El viejo pizarrón que pintamos con tanto esmero no estaba. Seguramente con él, se fue un ejercicio equivocado, alguna resta sin resultado y un verbo mal conjugado.
     Junto con ese respeto auténtico, aceptado y hasta pasado de moda, me puse de pie sobre la nostalgia. La maestra llegó con su blanco impecable y se confundió con el almidón de los nuestros. Pasó lista y nos buscó por sobre sus lentes de grueso marco de carey.  Estábamos todos. No faltaba nadie. Ni siquiera aquellos que sabemos que faltan.
     En ese instante, traté de reunir la vida germinal que dejó huellas de infancia y figuritas, de niñez y travesuras, de fideo fino y muñecas y fútbol de huecos. Momentos iguales que fui renovando  hasta completar imágenes de tizas, goma arábiga y tinteros.
     Dentro de ella, entre sus olores cansados,  me fueron acompañando imágenes que aparecieron a mi lado. Escuché a las segundas mamás con sus paciencias de primera. Se hicieron vivos los pasos de don Salinas buscando su repetido destino de campana y recreo y  enfrenté la escalera central para  intentar hacer cima en los altos de “la número 1”.  Ya no pude correr por ella. El mármol de sus escalones se ha ondulado por años de mañana y tarde y bullicios vehementes.
     Ascendí lento, con la ilusión de la mano. El paisaje de sus barandas abrumadas me acompañó con sombras interrumpidas. Crucé cortesías con aquellas maestras que siento como propias en mi arquilla de amores nacientes. Busqué sus nombres. Encontré sus nombres. Sé que no se fueron. Al final, las palomas me recibieron ahuyentándose desordenadas y haciendo retumbar sus aleteos en un aplauso imperfecto.
     Anhelé quedarme a esperar la clase, volver a formar fila y tomar distancia. Trataría de cruzar una mirada dulce con la dueña de aquellas trenzas suaves que nunca me miró. Tú sabes quien era.
     Repetiría un llanto precario sobre una herida imperceptible de juegos y escribiría “viva yo” en los árboles del fondo que ya murieron.
     Así me interné humildemente en ese mundo de mi aprendizaje primario y no quería volver a la realidad que me alejaría de él. Sin embargo Carlos, una voz serena me recuperó restaurándome... Señor ¿que busca?
     Demoré algunos instantes en resetear mi conciencia para decirle que buscaba todo lo que aún ella no podía entender. Todo lo que se anida en la nobleza de ese colegio. Aquello que suena a Himno desde el piano de la clase de música. Buscaba la fiesta del 25 de mayo en la que custodiamos un cabildo de cartón pintando. Buscaba la alegría de las doce y cuarto cuando mamá nos esperaba en la puerta. Buscaba un cuaderno de portadas coloridas pintadas con lápices Faber y a todos nuestros amigos que se recreaban por estos corredores.
     Trataría de rescatar ese verso casi olvidado con la intención de recitarlo de nuevo. Deseaba el beso de nuestra señorita amada. Buscaba las hojas coloridas de aquel Compendio Bonaerense y al Águila Guerrera de Aurora que se echó al viento en una brisa temprana, “alta en el cielo”.
     Sólo eso y todo eso reclamé para reinventar la vida y construirla sueño a sueño. Para solidificar recuerdos, para ser yo también algún día recuerdo. El hombre no es dueño de su génesis, pero si es dueño de su nostalgia.
     Aquel portal de hierro pesado, me anuncia la despedida. Así terminaba de andar por la inocencia. Por nuestro colegio.
     Ahora querido amigo, te devuelvo la mágica anuencia de haberme permitido contarte mi exiguo viaje por la N° 1 y vuelvo a  invitarte a que lo hagas también algún día para reencontrarte con aquellos entonces.
     Insisto. Quédate sentado en algún lugar de tu memoria. Toma distancia de las cosas complejas y arrímate a las simples. Escucha hermano aquel murmullo inconfundible que nos anticipaba la despedida. Ponte firme, toma distancia. Ahora habrá de estallar un voceo estruendoso imponiendo al unísono un “hasta mañana señorita”
     Ordenadamente nos iremos yendo fila por fila. Yo esconderé unas lágrimas sueltas en el bolsillo, junto a la bolsita de alcanfor. Volveré mi mirada buscándote para irnos juntos.
     Si aún sigue tu pensamiento reposado, te debo decir que no saldremos igual que antes. Hoy lo haremos  sin aquellos portafolios llenos de deberes. Sin un cartón endeble sosteniendo una maqueta histórica de algún fuerte pampeano que hicimos con papá. Sin una mancha de tinta en los guardapolvos. Sin pensar en el papel crepe que tendríamos que comprar en la librería Bomón. Nos desvaneceremos  entre la gente. Mezclaremos nuevamente preocupaciones crecientes y nos perderemos entre la gente. Ellos, Carlos, que pena, no se imaginarán nunca que venimos del mundo de los recuerdos.


* Homenaje  a mi Escuela N° 1 Melchor Echaüe en un diálogo con mi amigo Carlos Vela - San Nicolás – Buenos Aires
rescaglione@arnet.com.ar

2 comentarios:

  1. Tocayo. Soy ex alumnos de la escuela. No he podido aún terminar de leer tu relato poema. No llego al final porque me emociono profundamente.
    Yo hubiese querido poder decirlo de ese modo.
    Felicitacines por poderlo hacer.

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