miércoles, 10 de marzo de 2010

BUSCANDO UN CUENTO


     He llegado hasta aquel cuarto en donde su voz dejó sobre mi almohada sensaciones de asombros y ternezas.
     Hoy mi ansiedad  es distinta a la que,  ansiosamente,  me inducía a escuchar un cuento. Hoy mi andar es un puñado cano de torpezas extrañas. 
     Mis pasos solitarios y sosegados se instalan pudorosos sobre la calma de un sol entrometido. Resucito espacios que se amanecen bajo la ventana opaca. Descubro filigranas sencillas que entendía perdidas. Miro y reconozco. Declino miradas sobrias sobre un hemiciclo de paredes empapeladas de desvelos pequeños.
    La alfombra legó su huella a la madura pinotea oscura que aún se reclama en las tardes de invierno. La araña de plata vieja ha perdido brillo y una lámpara pequeña se mece con ella.
    Sobre la mesa de luz se desangran perfumes. Una pantalla clara reposa sobre un libro que sujeta historias por sus tapas cerradas. Un brazal de lienzo azul se desploma sin esperanzas desde el cansancio de una página marcada. Abro delicadamente esa cicatriz de hojas color otoño y vuela entonces una fantasía inesperada por mis ojos mayores.
     Descubro nuevamente esa aventura pequeña, extenuada, que se reconforta en mi recuerdo y se trepa a mi memoria para desgajarse sin miedo.
     Un marchito papel ventea entonces aromas por su vieja trama y por mi rostro, rueda un grano de sal queriendo ser lágrima.
     Los cuentos sacuden años y se despiertan. Reinventan pinceles matizando de verdes los árboles y de blanco al viento, dibujando un espacio vulnerable, imponente e infinito.
     Los cuentos aquellos eran golondrinas eternas y frecuentes. Miradas repetidas, expresiones sedientas acudiendo en bandadas solemnes. Renacían plenos en la palabra y en la voz de mi madre y, cuando se hacía suave y cada vez más lejana, se anunciaba su ausencia. Yo cerraba los ojos vencido y ella, suavemente, cerraba el libro.
     Me deslizaba entonces como un polizón sobre el sigilo de sus pasos fatigados. Un Arcángel brotaba intacto y se adueñaba de mi guarda protegiéndome de las sombras. Ella apagaba luces y dejaba una fábula discreta entre los duendes que me hacían la ronda.
     En la mañana, cuando resurgía del reposo, recordaba ese cuento. Ese que por la noche ella volvería a recuperar sembrándole caricias recientes para dormirse, antes que yo, sin darse cuenta.
     Así los cuentos se adueñaban de mis fantasías. De mi imaginación temprana. De mis pensamientos ilusionados y mis espejismos vigentes.
     Aún hoy, con este cansancio de horas que me ha planteado la vida, mi pensamiento glorifica la ambición bendita de dormirme nuevamente con ellos, porque…

                              …la noche olía a jazmines sobre la mesa de luz.
                              La luna andaba en el cuarto con sus rayitos de tul,
                              pintando de espuma y plata mi libro de tapa azul.

                             Llevo historias que has contado abrazadas a mi piel
                             y palabra por palabra, siempre las recordaré.
                             La nostalgia es el camino por donde habré de volver.


rescaglione@arnet.com.ar

4 comentarios:

  1. Higinio Yacopettisábado, 24 abril, 2010

    Ricardo, he concluido la lectura de tu escrito y realmente me ha emocionado doblemente pues aquello que me leiste hace mas de un año hoy lo has volcado, ampliandolo y el mismo contiene una riqueza literaria que es privilegio de pocos. Gracias por darle vida, pues muchos se conmoveran. Un Abrazo

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  2. ¡Excelente, Ricardo!. Es un deleite para leer estas maravillosas letras. También escucharlas

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  3. Me ha movido el recuerdo tanto propio como de cuando yo le contaba cuentos a mis hijos y nietos.
    Que bonito es Leer esta bella mirada.
    Muchas gracias y mi cariño respetuoso.
    Soy de Areco (BA)

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  4. Muy bueno, Ricardo. Lo disfruté mucho, y me emocionó.

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