jueves, 11 de marzo de 2010

EL NIÑO Y EL AGUILA



     Aún hoy creo escuchar un murmullo de voces, de diálogos apresurados y belicosos. Caballos galopando delante de un paisaje pintado y engañoso. Susurros adormecidos de taberna y pocker. Grescas ruidosas con música de piano mal tecleado, acompañando una batahola de sillas y mesas prevenidas para astillarse pobremente.
     También, en mi recuerdo, hay una emperatriz deslumbrante, imponente y ostentosa que moriría equivocadamente. Hay carcajadas por un pato y tres sobrinos barulleros, hay temores discretos por la vergüenza obligada de varón, hay prohibidas que se nos escapan de los ojos, hay luces y sombras, sonrisas y llantos.
     Todo es un mundo mágico que se asoma al rectángulo níveo y gigante y se proyecta sobre la sala. Ocurre igual en ambas honduras declinantes.
     El Aguila se agita, se resiste y vive su última alharaca. El Palace, vecino cercano, lo observa como para aprender a morir después de todo su enfermo silencio. El Aguila quiere abrir su maletón de sueños para atrapar y retener las miradas preñadas de risas, suspiros, miedos y paz; pero, sus fantasías son ahora espantajos, lémures que entienden de actos concluyentes.
     No les queda siquiera la posibilidad de rondar los intersticios de aquellas luces fluorescentes que parpadeaban anunciando el umbral de la ilusión. No tienen palcos, escenarios, butacas o cortinas de telas sacras, moradas y agobiadas.
     Con los duendes extintos y exánimes, se acallaron los voceos del “maní con chocolate” o las babélicas de un intervalo ansioso que atrapaba contraseñas en una tarde prolongada.
     Carlitos, aquel otro personaje causante del miedo adolescente, dejó el reducto de una boletería limitada, se fue lento con su gorra entre las manos y, cruzando Mitre, se perdió por una Francia que entendió su destierro de aquel cobijo silenciado por un destino irrespetuoso, como el olvido. La ocupación de un espacio íntegro y respetable donde se enterraron aquellos susurros y rumores.
     La ficción se durmió para siempre, aletargada en algún rincón asustado y oculto que seguramente, queda de aquel cine. Las puertas amarillas, debilitadas, abrieron sus alas amplias con vestigios de afiches y, sin rumbo, volaron hacia la nada. El Aguila no pudo hacerlo y se me quedó en el alma.

  
* El recuerdo para uno de los dos cines tradicionales de San Nicolás que también se transformó en escombros.
rescaglione@arnet.com.ar

2 comentarios:

  1. Gracias por recordarnos poeticamente a este cine que tanto participó de nuestra juventud
    Muy bueno!!!

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  2. Lo vi entero al cine. Me pareció que estaba sentado mirando el "matinee"
    QUE LINDO RECUERDO!!!!
    Muchas gracias. Se lo leí a mis nietos y no entendían lo de la contraseña. Ja Ja
    Yo te escuchaba en la radio.
    Abrazo

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