jueves, 11 de marzo de 2010

BARRILETE

     El miraba el espacio con sus ojos tiernos, llenos de misterio. Escudriñaba el cielo con calma como si le correspondiera. Movía sus manos atrapando memorias. Aquellas de pocos juguetes y de muchos sueños y me invitaba a andar las calles de sus recuerdos.
     El se vestía de niño para hacer feliz al niño. Buscaba minutos, tiempo y, en su descanso apresurado, lleno de encanto, inventaba espacios en el patio de sillones, jazmines y malvones rosados.
     Aquel día, la veleta de la Catedral indicaba un incipiente viento del norte que acariciaba los árboles de la Plaza Mitre. Todo se brindaba oportuno, adecuado. Hasta ese soplo natural que nos permitiría echar al vuelo un barrilete de papel y cañas.
     Ese que pude ver antes que fuera. Ese que llenó mi imaginación desde el momento en que él, con una sonrisa más grande que la mía, llegaba de la librería Bomón con una bolsa de colores y me invitaba a cortar un mundo de alas abiertas, desplegadas, mientras preparaba un "engrudo" de harina y agua.
     Seguramente ya lo pensaba imitando siriríes. Con una cola larga de trocitos de tela entrelazados, con un piolín ovillado ordenadamente para retener su ansiedad de libertad, su fantasía de gorrión y su vuelo de golondrina temprana.
     Su destreza simple hacía que aquellos papeles pegados sobre tensos hilos, le fueran dando forma a mi deseo infantil e inquieto.
     Trabajosa, pacientemente, el barrilete fue barrilete y el piso del patio, un caleidoscopio irreparable y una razón de compartidos retos.
     Los alineados colores de mi equipo favorito, tomaron forma en aquel rombo que dejó en mis brazos como quien entrega reverente, el preciado tesoro de alcanzar la altura de los ángeles. La altura de andar codo a codo con el infinito inalcanzable del asombro.
     Con apuro fuimos a remontarlo. Al primer intento, haciendo una pirueta sorpresiva que se llevó una mueca temerosa, el barrilete se fue como esperanzado, haciéndose cargo de su cola elegante que serpenteaba el aire enriquecido de soles y celestes.
     Tomé el piolín despacio, con miedo. Su mano se confundió con mi mano como siempre. ¿Puedes? me dijo suave. Puedo, le dije y poco a poco, me fue dejando en silencio. Confiado, sereno.
     Feliz se sentó a mi lado sobre un montón de recuerdos, siempre mirando al cielo. Estudiando sus espectros, sus pigmentos movedizos. Conociéndolo en un arrebato de trazos en cruz y una túnica de pliegos y flecos.
     El elevó su íntima sustancia. Se vio niño en la contemplación y descubrió aquella caricia que le dejaba el tiempo.
     Por una tarde que se le parece a aquella, hoy transita mi memoria. Creo verlo igual. Mirando al cielo con sus ojos tiernos, llenos de misterio. Escudriñándolo con calma, sin apremios. Esperando el reencuentro, el beso y el abrazo pequeño. Como antes, como en los tiempos de aquel baldío de alambrado y trébol.
     Hay viento norte y, creo que juntos, remontaremos esos sueños de nuevo.

rescaglione@arnet.com.ar

1 comentario:

  1. Bello y cargado de recuerdos...que linda Mirada.
    Voy leyendo de a poco cada relato. Quiero releer y sentirlo profundamente.
    Un abrazo

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